Es la semilla de la vida.
Aquella que buscan nuestras almas
con desesperación para ser alimentadas.
Es la fruta deseada para
que se sientan completadas.
Es aquello que nos moviliza incluso
cuando equivocamos el camino
y terminamos en un terrible destino.
Sin él, sin el amor, nos sentimos vacíos
y todo carece de sentido.
Nuestro rededor se torna gris
y nuestra existencia amarga.
Pero al hombre no le pertenece el amor,
solo se alimenta de él y por esto es que
lo busca con desesperación.
Porque como árbol plantado
en pleno desierto entierra sus raíces
más y más en busca del dulce manantial,
aquel mismo que, cuando era semilla, le dio la vida.
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