Cuando
se clavo una espina en mi corazón
este
sangro.
¡Cuanto
me dolió,
sentí
que se me partía en dos!
Mi
mente se obnubilo
y no
podía pensar en nada más que en el dolor.
Mi
corazón se cerró,
quiso
protegerse del daño que le habían causado.
Pero el
veneno ya estaba implantado
y la
herida no cicatrizo,
sino
que por el contrario se agrando.
Fue
allí cuando vi que ese dolor
que
sufría mi corazón era menor en comparación
al que
yo le había causado a mi Dios.
Cuantas
veces yo había dañado su corazón
al
rechazar su amor.
Al no
entender su compasión
y su
entrega sin medida, ni razón.
Él se
había dado simplemente por amor.
Por ese
fuego,
por esa
pasión que abrazaba su corazón
y que
lo hacia ir mas allá del dolor.
Que
locura de amor había cometido mi Dios
que
había venido a buscar a todos,
incluso
a mi pequeño corazón.
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