Hoy, casi por error, tropecé con una copa vieja
mientras hurgaba en el desván de mi alma.
La levante del suelo, estaba sucia
y llena de polvo por el tiempo allí olvidada.
Contento con mi hallazgo la limpie
y saque lustre para volver a usarla.
Me senté a la mesa y serví en ella
el mejor vino que había en mi casa.
Cuando, contento, fui a beber descubrí
para mi desconsuelo que por un costado
el liquido se escapaba, la copa estaba quebrada,
el cáliz estaba roto.
Llore para mi tristeza la inutilidad de tan precioso hallazgo.
Luego de que algunas de mis lágrimas cayeran
dentro del copón que aquello que en un principio
era vino ahora se había convertido
en un liquido mas espeso y rojizo.
Al principio no comprendí de qué se trataba,
pero luego me atreví a probarlo mojando
en él la punta de mi dedo.
Su sabor era extraño, un poco dulce y un poco amargo.
Y entonces lo entendí, era sangre
y no precisamente mi sangre.
Fue ahí cuando pude observar algo fantástico,
el cáliz ya no estaba roto, sino que había sido reparado
por la sangre que en él se encontraba
y ésta hacia sagrado aquello que antes había estado quebrado.
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